miércoles, 30 de mayo de 2018
lunes, 8 de febrero de 2016
La paternidad de Dios (Micro clip)
Al principio de la civilización, el descontento de los hijos ante las primeras leyes impuestas por los padres, llevó al parricidio. Los padres biológicos debieron responsabilizar a alguien más del mandato legal, alguien a quien no pudieran matar, alguien inmortal: Dios.
Si dios no existiera ¿debiéramos inventarlo?
Si dios no existiera ¿debiéramos inventarlo?
martes, 4 de agosto de 2015
La felicidad en el banquillo
¿MÁS
FELIZ O MENOS INFELIZ?
¿Es más apropiado preguntarnos si somos
felices o si somos infelices? El asunto no parece ser sencillo ya que podemos sentirnos
felices e infelices al mismo tiempo. Al pensar en nuestra propia felicidad, nos
viene a la mente todo aquello que nos entusiasma, pero si pensamos en nuestra infelicidad,
enumeraremos lo que nos desanima. Y la verdad es que estar entusiasmado y
desanimado al mismo tiempo no es un opuesto imposible, no es un oxímoron.
Es tan común como fantasear un cuerpo
atlético y tener pereza de ejercitar. Es un secreto a voces que el día es una
noche con luz y la noche, un día oscuro.
EN
DEFENSA PROPIA
Cuando tenemos noticias de un terrorista
suicida que estalló con su chaleco de dinamita podríamos preguntarnos «¿para
qué se suicida?». Aunque también pudiéramos preguntarnos «¿por qué no quiso
seguir viviendo?». El problema radica en que al preguntar por las consecuencias
«¿para qué se suicida?» los expertos en predicciones asegurarán que buscaba la
felicidad eterna en el más allá, pero la verdad es que esta respuesta no sirve
de nada a quienes no interesa volar por los aires en manos de bombas humanas.
Mientras que la pregunta sobre las causas «¿por qué no quiso seguir viviendo?»,
nos adentra en las miserias que le llevaron al odio, en las realidades que le
desencantaron de la vida, lo cual pudiera iluminarnos en cuanto al qué hacer
para que no haya más terroristas suicidas. Supongo que a quienes (sin necesidad
de negarse la felicidad eterna del mas allá), no disgusta recorrer completa la
corta travesía por este mundo, les parecerá más propicio preguntarse sobre lo que
nos hace infelices que sobre la felicidad. Aunque tengamos conciencia de que la
felicidad no es la simple ausencia de infelicidad, intuimos que la disminución
de la infelicidad es proporcional al aumento de seguridad, puesto que nadie le
hace daño a otro por ser feliz, sobre esto no hay discusión: quien piensa en
dañar a otros es un infeliz. Y estando así las cosas, parece lógico que colaborar
en la disminución de la infelicidad del otro es algo que nos toca hacer en
defensa propia.
TRISTES
ESTADÍSTICAS
—Por otro lado, las estadísticas sobre la
felicidad son tan imprecisas como las encuestas que las sustentan. Por ejemplo,
preguntar a la gente en Latinoamérica si se consideran felices es un
despropósito, porque en estas culturas, las fiestas frenéticas donde la
impulsividad y el descontrol bautizado con drogas y alcohol son símbolos
patrios, se considera felicidad a la desinhibición.
Si medimos la cuota de felicidad por la
cantidad de tiempo pasado bailando o bajo el efecto del alcohol riéndose y
echando chistes, nos encontraremos con que en Latinoamérica son mucho más
felices; pero debiéramos preguntarnos por qué el consumo de alcohol es tan alto
y entonces la respuesta apuntaría a todas aquellas cosas que hacen infeliz al
latinoamericano y que, para olvidarlas, las ahoga en drogas y alcohol. Felicidad
no es desentendimiento. La felicidad es algo consciente y para ser tal debe
estar conectada a la realidad, en fin, ser feliz no es estar en coma.
PREGUNTAS
INFELICES
—Lo cierto es que pareciera necesario
cambiar las preguntas que se utilizan para encuestar la infelicidad de una
sociedad. Así que intentemos crear una mejor pregunta, por ejemplo «¿la
infelicidad se debe a algo que falta o algo que sobra?».
Creo que, sin pensarlo mucho, todos
estaremos dispuestos a concluir, en primera instancia, que para ser felices más
vale que sobre a que falte. Pero apenas profundizamos un poco nos damos cuenta
que es lo mismo ser infeliz por falta de salud a serlo porque sobra dolor. Entonces
se nos ocurrirá otra pregunta ¿Las cosas buenas crean felicidad y las malas
infelicidad? A esta pregunta nos responderá con un categórico «¡NO!» un
ingeniero que después de esforzarse por alcanzar su título en la universidad (indudable
cosa buena), le toca trabajar de taxista, lo cual no estaría mal si no fuera
ingeniero; así que más le valdría no tener título para poder ser un taxista
feliz. Y así, cada vez que creamos estar ante un callejón sin salida aparecerá
otra opción, apelaremos a otra pregunta. Como la idea de la «justa medida», y comenzaremos a elucubrar
que la infelicidad es debida a una falta de equilibrio. Pero no tardaremos
mucho en negar lo recién planteado argumentando que la «justa medida» más pareciera una fórmula para alcanzar la “diáfana tranquilidad”
y no la felicidad, además que lo equilibrado pronostica tedio, aburrimiento e
insignificancia, lo que tampoco va de la mano con el impetuoso entusiasmo de
vivir. Y así pudiéramos seguir ad
infinitum. Pareciera que el problema está en la forma de hacer las
preguntas, como que no vamos a poder encontrar una respuesta que nos abra
caminos ante preguntas que usen el contraste entre dos términos «¿eres feliz o
infeliz?» «¿Al feliz o al infeliz le sobra o le falta algo?» «¿Son más felices
los ricos? O ¿son más infelices los pobres?». El misterio de la felicidad no parece
ser asunto de antónimos.
EL
INCONFORMISMO FELIZ
—Todo apunta a que la investigación se
puntualizaría si se preguntara sobre un concepto claro y no sobre una palabra
abstracta, lo que es lo mismo que decir que hay que aclarar lo que significa la
palabra “felicidad” antes de hacer la pregunta. De seguro nos iría mucho mejor
si en vez de preguntarle a alguien si es feliz o infeliz, le aclaramos antes
que «felicidad» significa «tener ganas de vivir», y que «tener ganas de vivir»
significa a su vez «tener ganas de saber, hacer, tener y ser más». Así la
pregunta sobre la felicidad se resumiría en «¿Sientes ganas de saber, hacer,
tener y ser más de lo que eres?». Entonces, el interrogado tendrá más claro en
qué pensar para dar la respuesta. Y como el tema de hoy no trata sobre encuestas
o estadísticas, sino sobre las preguntas mismas, sólo mencionaré, a vuelo de
pájaro, que todo un grupo de personas tristemente infelices a quien he preguntado
«¿Sientes ganas de saber, hacer, tener y ser más de lo que eres?», asombrosamente
me aseguraron estar conformes con lo que son. Así que cabe pensar que el conformismo
va de la mano con la infelicidad.
Les dejo a ustedes la expectación de hacer
la misma pregunta al otro bando, a las personas que consideren felices, para que
saquen sus propias conclusiones.
Y
tú… ¿SIENTES
GANAS DE SABER, HACER, TENER Y SER MÁS DE LO QUE ERES?
Etiquetas:
felicidad e infelicidad,
ganas de vivir,
inconformismo,
insatisfacción,
origen de la infelicidad,
psicología de los suicidas,
qué es la felicidad
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viernes, 9 de enero de 2015
EL DIVORCIO SALUDABLE
UN EXTRAÑO DIVORCIO
¿Cómo entender que un hombre se
divorcie por celos? Aclarando que los celos son siempre infundados, porque un
engaño comprobado ya no es asunto de celos, sino de traición.
Para representárnoslo, imaginemos
a un sujeto celoso llamando a su esposa al celular y que ella no le conteste. Cuando
la mujer llega (con 15 minutos de atraso), el hombre está verde y hecho una
fiera. No habrá razón que le valga «me importa una mierda que el celular esté
descargado. No puedo más ¡Nos divorciamos!».
Hasta aquí el asunto pasa ligero
por común. Pero, a los días, nace una interesante incógnita cuando un amigo le
cuestiona la decisión a nuestro héroe insensible a las baterías de celular: «Si
no tienes pruebas de infidelidad, y si te pone de cabeza el temor de que ella
esté con otro, ¿por qué te divorcias? De esa manera la estás empujando a rehacer
su vida con otra persona, la empujas a que realice tu pesadilla». Pero el
esposo decidido replica: «¡Qué sabrás tú de baterías! Esto se acabó, no hay
vuelta atrás».
¿Qué sentido tiene esta decisión?
Antes de pasar a la respuesta aclaremos que no estamos tratando sobre el
mecanismo de los celos, la razón del divorcio pudiera haber sido cualquier otra,
como que la esposa fuera una compradora compulsiva, o problemas con la suegra,
o que, siendo él naturista, descubriera de pronto que los senos de su esposa
son de silicona. Da igual el motivo, lo que vamos a analizar ahora es el para
qué sirve el divorcio.
MATEMÁTICAS AFECTIVAS
Para entender este asunto es
necesario que entremos al mundo del cálculo matemático de los valores propios. Todos
sabemos que la autoestima está conformada por todos aquellos valores que
podemos llamar «míos». O sea, su autoestima está conformada por todo lo que
usted pueda llamar «suyo», o sea, el yo de usted, su-yo. Esto demuestra que la
autoestima es el nombre que se le da en psicología a lo que en jurisprudencia
se llama propiedad privada.
Ahora veamos cómo se pone en
juego la autoestima en el amor. Imaginemos que la autoestima es una baraja. Y
digamos que la baraja del amor propio del hombre del ejemplo, antes de conocer
a su esposa, estaba compuesta por el valor de su profesión al que
representaremos como un dos de picas, el valor de su trabajo al que
representaremos como un dos de trébol, el valor de su familia ascendente que
representaremos como un tres de corazones y el valor de sus amistades que
representaremos con un tres de diamantes. Las cartas están echadas, la
autoestima de nuestro héroe, cuando soltero, valía 10 puntos. Y, digamos que
una autoestima de 10 puntos es muy buena, por lo que nuestro héroe era feliz
con un valor propio de 10. Pero, un día, conoce a una mujer a quien le da un
valor de 11 puntos y por ello la representaremos como un As de corazones. En
ese momento la autoestima de nuestro héroe pasa a valer 21 puntos y ahora se
siente eufórico, un Blackjack de
felicidad. Pero, después de casarse, los celos del hombre transforman a su
mujer de 11 puntos en una posible traidora, en un antivalor. A partir de ese
momento el hombre se siente miserable y su autoestima se desbarranca en la
melancolía. Ahora cabe preguntarnos: ¿cuánto vale, en este momento, la
autoestima de nuestro héroe? Hagan el cálculo. Tienen cinco segundo para pensar
y hacer sus apuestas…
¿Ya tienen la respuesta? Analicemos los
resultados. Si optaron por pensar que la autoestima de este hombre que acaba de
convertir a su mujer en un antivalor, vale 10 puntos, la respuesta es
incorrecta porque, de ser así, el hombre se sentiría feliz. No eufórico, pero
sí feliz. Recordemos que así se sentía antes de conocer a la mujer, y acordamos
que una autoestima de 10 puntos era suficiente para ser feliz. Pero nuestro
héroe se siente espantosamente mal, TANTO que quiere divorciarse ¿Por qué
siente ése deseo? ¿Cuánto vale en este momento la autoestima de nuestro héroe? Para
ser breves, develemos a la respuesta: la autoestima de este pobre hombre vale:
-1. Los 11 puntos de valor que le atribuyó a su esposa durante el enamoramiento
siguen teniendo, en su autoestima, un «valor absoluto» de 11 pero, por haber
pasado a ser un antivalor, ahora vale -11. Y 10 - 11 es igual a -1. El balance
de su autoestima está en rojo. Los 11 puntos negativos le impiden valorar los
10 positivos que, aunque todavía están allí, son negados el 11 negativo. Con un
antivalor tan grande, sus valores pierden importancia. Ante el miedo de ser
cornudo le importa un bledo su profesión, no puede concentrarse en su trabajo,
si un familiar trata de hablar con él obtendrá una mala respuesta y a los
amigos no los quiere ni ver. Por eso siente que debe divorciarse, porque sólo
alejando los 11 puntos negativos de la propia autoestima podrá regresar a
valorar los 10 valores que cultivaba, y restablecer la importancia de su
profesión, su trabajo, su familia y sus amigos. He aquí el por qué siente la
necesidad de divorciarse, para volver a valorarse. Matemática simple: lo malo
resta, lo bueno suma.
LOS MISTERIOS DEL CÁLCULO
A veces, los más grandes misterios, son determinados por teoremas simples.
Es tan notorio que en el amor se trata de transformar 1 en 2, es tan evidente
que el amor es una adición, que resulta increíble que permanezca oculta la
relación entre la matemática y el amor. ¿Cuál será la razón de este descuido?
Creo que pueden ser tantas las causas que para no complicarnos la vida es mejor
echarle la culpa a nuestra primera maestra de aritmética y olvidar el asunto. Lo
concreto es que toda persona que comparte valores comunes con alguien siente
que su existencia maneja cifras de muchos dígitos, mientras que si un pescador
comparte su vida con alguien alérgico al pescado, sufre la oscuridad dominante a
la izquierda del cero, la oscuridad de los números negativos.
La vida nos obliga a llevar varios libros de contabilidad, y no es el de las
pérdidas, ni el de los desencuentros el que lleva escrito en la portada: «Libro
del propio valor».
Etiquetas:
celopatía,
celos,
cómo divorciarse,
divorcio,
Divorcio razones,
Mario Fattorello,
psicoterapia de pareja,
tratamiento de parejas
Ubicación:
Ciudad Ojeda, Venezuela
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