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sábado, 6 de diciembre de 2014

EL CONOCIMIENTO LIMITANTE

¿NO DECIR LA VERDAD ES MENTIR?
Las mentiras tienen la función de ocultar una verdad. Pero, ¿es necesario decir mentiras para ser mentiroso? Si mentir es ocultar verdades, entonces, callar verdades es ser mentiroso. Y así, el que calla por consideración, por pena ajena, por educación, es normal que al final del día sufra el desvelo de los embusteros. Callar una verdad es una mentira por omisión. Y me pregunto: ¿Es acaso posible autoproclamarse buscador de la verdad al mismo tiempo que se callan verdades para no herir a otros? Aquí pareciera que la honestidad es, por naturaleza, descortés. Y, dicho lo anterior, se me propone imposible ser un librepensador sin ser indiscreto. Y si se preguntan sobre el sentido de esta introducción, habré logrado mi objetivo: «tener una razón para no callar».

EL PRECIO DEL CONOCIMIENTO
Es posible que la verdad nos haga libres. Pero hasta allí no he llegado. Me falta mucho por saber al respecto. Lo que sí sé por experiencia es que el conocimiento no tiende a ser liberador, al contrario, pareciera confinarnos dentro del claustro del conocimiento en cuestión, oprimiéndonos dentro de las cuatro paredes de lo conocido. Porque nuestros primeros conocimientos suelen ser aprendidos sin posibilidad de refutación. Nuestras primeras nociones del mundo nos las imponen sin derecho al careo de documentos. Así es la vida, no podemos andar objetándolo todo, especialmente en los años en que la objeción todavía no es un derecho, hablo de la infancia, donde nuestro pequeño tamaño nos obliga a tener dueños. Y ya lo dice el dicho «el que nace barrigón ni que lo fajen chiquito» de lo que se deduce que «no es difícil aprender algo nuevo sino desaprender lo viejo». Y este tema les rompe la cabeza a los teólogos que siguen tratando de justificar la quema de los inocentes que pensaron al planeta redondo.
Por haber sido educado en la noción de que sólo hay cinco sentidos, al tratar de estudiar mis sensaciones, me cuesta darle rango sensorial al sentido del humor, al sentido del equilibrio, al sentido del amor propio o al sentido erógeno. El conocimiento de los cinco sentidos me limita a pensar en ellos y tiendo a dar por sentado que el baile se disfruta con el oído, cuando en verdad el placer de hacer piruetas sin caerse se lo debemos al sentido del equilibrio. De no haber tenido el conocimiento de la exclusividad de los cinco sentidos, tal vez sabría bailar.

DE LO CONTRARIO Y LO IDÉNTICO
—¿Por qué damos por sobreentendido que odiar es lo contrario de amar? ¿Acaso la indiferencia no pudiera ser también la antítesis del amor? ¿Quién no ha tratado a la alegría como antítesis de la tristeza? A pesar de que si eso fuera así, quedan sin contraparte la seriedad y la circunspección. ¿Cuál es el antónimo del estado sólido? ¿Lo líquido? ¿Lo gaseoso? ¿Es lo metafísico lo contrario de lo físico? De ser así, estaríamos diciendo que algo que no existe (la metafísica) es lo contrario de todo lo que existe (la física). Y, para ello, debiera ser la principal característica de lo físico su «existencia», para que la «no existencia» fuera su contrario; pero entonces lo contrario de «suspiro» sería el «no suspiro» y lo contrario de «mirar» sería el «no mirar», en fin, lo contrario de todo sería la negación del todo. En el mundo de los ardores humanos no parece haber antítesis absolutas, los humanos no tenemos hipotenusas opuestas a ángulos rectos porque no somos triángulos rectángulos.
Estamos acostumbrados a pensar a la ligera que vivimos entre polos opuestos, contrarios absolutos, antítesis. Y manejamos la vida según estos conceptos. De la misma manera utilizamos a la ligera el concepto de «lo idéntico». «Este vaso es idéntico a este otro», pero en realidad no lo es, y para evitar dimes y diretes, marquemos de una vez que para ser idénticos debieran ocupar el mismo espacio, y eso es imposible.
Vivimos bajo el estigma de lo idéntico, sólo eso puede explicar nuestro asombro ante la singularidad de las huellas dactilares, asombro insensato porque la huella dactilar es tan única como cualquier nariz, oreja o cabello. Lo sospechoso del uso de las huellas dactilares como paradigma de la diferencia es que, entre bastidores, pareciera que se estuviera diciendo «las huellas dactilares son lo único diferente, lo único a lo que no se puede ser idéntico, ergo, todo lo demás tiene su idéntico», lo cual se me antoja como una confabulación colectiva para negar la universalidad de las diferencias. Y no se entusiasmen demasiado los oposicionistas de profesión que ya están pensando en replicar que en el número 22 el primer dos es idéntico al segundo, recuerden que para ser idéntico debiera ocupar el mismo espacio, y el primer dos al escribirlo estaba solo mientras que el segundo tenía compañía, ¿acaso la soltería pueda ser idéntica a la vida matrimonial? Pudiera parecer que comparar números con estados civiles no encaja, pero ya aclaré que no somos triángulos rectángulos. Nada humano es exacto, todo en nosotros tiene su particularidad. Para que existan dos cosas idénticas, la primera debiera ser exacta, carente de toda peculiaridad, para poder luego duplicarse con exactitud. La evolución tiene una larga historia para contar sobre esto. Sin embargo, dos triángulos pueden ser idénticos, y no necesitan coexistir en el mismo espacio, porque eso en geometría no importa, son idénticos porque son exactos, la exactitud es una cualidad de la matemática, la matemática es la piedra filosofal de la exactitud «¡Dadme un par de números y haré exacta la más trivial de las dudas!», exclama un Pitágoras de esquina. La matemática puede recrear lo idéntico, pero sólo eso, recrearlo, porque cuando los triángulos dejan de ser conceptos, cuando descienden del mundo abstracto para convertirse en repisas de madera ya no son idénticos, las particularidades de la madera deshacen el encanto, las dos repisas pasan a ser sólo semejantes. Hasta los fractales no son idénticos sino autosimilares, misma forma pero diferente tamaño. Lo idéntico es artículo de laboratorio, para que exista debe haber una voluntad de crearlo, una intención de evitar el azar.
En conclusión, si algo es completamente idéntico a otra cosa entonces es la cosa misma ¿creen que divago en un discurso sofista y ocioso? Piénsenlo mejor antes de juzgar, ¿Qué tanto influirá la noción de lo idéntico en el aburrimiento y el hastío? Cuando hablamos de rutina, cuando hablamos de repetición, estamos suponiendo que cada día en la oficina es idéntico, que cada amanecer es idéntico al anterior, que el huevo frito de hoy es idéntico al de ayer. El melancólico siente que la vida ha perdido sentido porque el mundo ha perdido valor para él, todo le da igual, como si de pronto se hubiese dado cuenta de que la vida es una repetición de lo mismo. El melancólico se vuelve tal cuando de pronto desaparecen las diferencias, cuando una mariscada, un plato de tallarines o una langosta al termidor terminan siendo sólo comidas. El melancólico ha perdido el valor de la diferencia, lo que es lo mismo que decir que las diferencias hacen el valor de las cosas. Una libra esterlina vale más o menos que un dólar porque son diferentes, si ambas monedas fueran idénticas, valdrían lo mismo, pero las dos serían libras esterlinas o las dos serían un dólar. Espero que con este ejemplo de bolsillo quede más claro que los asuntos que estamos tratando no son ociosos ni sofistas.
No existen las antítesis como no existe lo idéntico, y lo que imposibilita ambas cosas es «la diferencia». Sobre todo hay diferencias. Lo sólido es diferente a lo líquido, pero no es su antítesis. No existe algo que sea lo contrario a la felicidad, la felicidad significa tener ganas de vivir, un punto de partida, un entusiasmo de hacer más. Hay muchos estados anímicos diferentes a la felicidad, pero que no necesariamente implican «no tener ganas de vivir», por ejemplo la expectativa, la espera paciente, la meditación, la formulación de un problema. Por otro lado, nada es idéntico porque todo es diferente. La repetición es una acción única en sí misma, no hay repetición idéntica, y de esto saben mucho los músicos que jamás podrán tocar una misma obra dos veces de la misma manera.
Si tuviéramos siempre presente «la diferencia» como lo que define cada cosa, como lo que hace plural al universo y a cada momento de la vida cotidiana, tal vez lograríamos vivir en el utópico pensamiento oriental que proponía que en un año vivíamos 365 vidas diferentes muriendo cada noche y renaciendo al despertar. Si pudiéramos estar siempre atentos a las diferencias ¿serían las rutinas tediosas y aburridas? Los conceptos pueden encarcelarnos y por ello son tan importantes las preguntas, únicas llaves capaces de abrir la reja del pensamiento.

LAS SEMEJANZAS
—Cuando las diferencias se esconden, aparecen las semejanzas. Los patrones, los modelos, las modas favorecen las semejanzas en detrimento de las diferencias. Estamos hechos así, creemos ver más cuando desenfocamos la mirada. Sólo agudiza la vista quien está dispuesto a ver la diferencia. El cerebro busca semejanzas donde pueda y según la conveniencia de cada quien, viendo vírgenes en las manchas de humedad, o tetas en la ladera de una montaña. Lo parecido con lo que se conoce tranquiliza, aceptamos con confianza a nuestros semejantes y tendemos a rechazar como amenaza a lo diferente. Y como toda tendencia puede ser de doble filo, la urgencia de buscar semejanzas nos puede llevar a la idealización, y ver cualidades de mascota en un tigre de bengala. Las semejanzas son engañosas. De las semejanzas nace el camuflaje y la mimetización. Algo no es bueno sólo por parecer bueno. Los grandes estafadores se disfrazan de honestidad. Y sin embargo, la semejanza es vista como la herramienta principal de la tolerancia: confiamos en nuestros semejantes. Pero esto funciona sólo en pequeña escala, para un argentino los chinos son todos parecidos pero diferentes a él. Mientras que los chinos se reconocen por sus particularidades al tiempo que los argentinos les parecen todos iguales. Al final de cuentas las semejanzas no parecen motivar la tolerancia más allá de cierto grupo. Porque a su vez es semejante lo que se diferencia de algo más, y en este sentido divide. De esto saben mucho los nacionalistas.

DE TANTO PREGUNTAR A UN CONOCIMIENTO PUEDE APARECER UNA VERDAD
Conocer algo no es lo mismo que saber una verdad. Una verdad es un conocimiento que se ha superado a sí mismo. El problema se plantea cuando un conocimiento se erige como muro en vez de ser un peldaño de escalera. La verdad abre nuevos caminos, el conocimiento nos encierra en un callejón sin salida. Es por ello que existe sólo el conocimiento de la religión y no la verdad religiosa. No puede haber verdades limitantes. Porque una verdad nos libera de un asunto permitiéndonos pensar otro. Es como si nos otorgara permiso a cambiar de tema «ya esto te lo has preguntado lo suficiente, no hay más nada que buscar aquí, ve tranquilo que te quedan muchas otras cosas para cuestionarte». Mientras que un conocimiento nos obliga a pensar en él como necesario, como si tratara de evitarnos el hallazgo de preguntas. Si tengo el conocimiento de que todos somos iguales, no seré capaz de reconocer las diferencias y mucho menos de valorarlas. Si sé la verdad de que lo idéntico no existe, buscaré las diferencias y festejaré que no seamos todos iguales valorando a cada uno. En el primer caso soy esclavo de mi conocimiento de la igualdad y en el segundo la verdad me hace libre de diferenciarme. Y al llegar a este punto, confieso que me siento confundido, supongo que es normal que nuestros conocimientos se alteren y nos aturdan cuando los cuestionamos. De tanto estar presos terminamos sintiéndonos cómodos tras las rejas. Creo que cada vez que tenemos un atisbo de libertad, la primera sensación es desagradable, como mirar al sol de frente. No se puede salir de la sombra sin encandilarse.

REOS POR COMODIDAD
—¿Por qué aceptamos que nuestros conocimientos nos limiten? ¿Qué nos mueve a entrar voluntariamente en nuestra cárcel personal? ¡Ja! Conociéndonos, el asunto debe brindar algunas ventajas. Y pensando en esto, lo primero que se me ocurre es que las cárceles personales son cómodas porque las gestionamos nosotros mismos. Por ejemplo, creer en las antítesis absolutas, creer que el bien es lo contrario del mal, puede hacerme la vida más fácil porque puedo imaginar que si no estoy en un polo estoy en el polo contrario, y así me ahorro trabajo porque bastaría con no hacer el mal para que, por antítesis, sienta que hago el bien, aunque no haga nada. Y supongo que esto es lo que le permite a una mujer sentir que hace el bien mientras pasa la tarde mirando novelas mexicanas. Gracias a la idea de los contrarios absolutos es posible sentirse bueno cuando no se es malo. Sobre este tema saben mucho los hijos reprendidos por sus padres por no haber estudiado el día antes del examen, la defensa es categórica «¡Es injusto! ¡Yo no hice nada malo! ¡Sólo estaba mirando tele!».
Por otro lado, la tendencia natural a buscar semejanzas y la noción de lo idéntico nos permite andar a nuestras anchas en situaciones nuevas y desconocidas sin necesidad de hacernos preguntas curiosas. Las diferencias, al no verlas, no nos asombrarán, y a pesar de que en consecuencia nos aburriremos a muerte transitando calles idénticas, donde cada estatua es la misma piedra tallada, donde todos los pájaros son palomas y todos los gatos son pardos; a pesar de ello, bienvenida será la comodidad. La tendencia a buscar semejanzas parece ser un vicio matemático que transforma los objetos abstrayéndolos a conceptos exactos. Una manía de ver al mundo como triángulos. Y en este tipo de confort, la almohada más exquisita es la de liberarse de las contradicciones. Quien estudia el aburrimiento se dará cuenta que en él no hay contradicciones, el aburrimiento es llano, lineal, blanco, vacío de todo color. Y es que el aburrido no toma partido, no toma posición, con lo que es imposible que se contradiga ya que sólo repite o creer repetir. En un mundo de blancos o negros, de arriba o abajo, de cielo o infierno, no hay más que tanto que decir, y ni hablar de contradecir, porque los engranajes de las contradicciones son preguntas y las preguntas sólo remarcan diferencias.
La estandarización en la semejanza nos permite pasar desapercibidos camuflándonos a la moda para ser mirados sin ser vistos, un perfil anodino permite el anonimato, o lo que es lo mismo, no dar cuenta de las propias diferencias.

En conclusión: el mundo de los conocimientos establecidos es un mundo aburrido pero cómodo; con muchas semejanzas y pocas curiosidades; un mundo de triángulos rectángulos idénticos. Mientras que el mundo de las diferencias tiene más preguntas que respuestas, más esfuerzo que comodidad, más desasosiego que tranquilidad, pero la más grande de sus carencias es sin duda la falta de tiempo, porque nunca serán suficientes las horas para ver todas las particularidades, en el mundo de las diferencias no hay cabida para el bostezo del tedio.